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sábado, 17 de octubre de 2009

Los susurradores en Masottatorres



El Liceo Nro 1 presente en la presentación de El jardín posible (antología de Olga Orozco) en la Galería Masottatorres.
1. Cecilia Beltramo, Silvia Rotunno, Marisa Negri y Catalina Boccardo
2. Isabel Cobas escuchando los susurros orozqueanos
3. Fernando Alegre listo para entrar en acción


Gracias Fer!!!

viernes, 2 de octubre de 2009

MARATON DE LECTURA

Algo más sobre los susurradores



Surgen los susurradores de poemas (mayo 2006, México)


Una decena de "susurradores" franceses han tomado las estaciones de la capital de México para murmurar versos al oído de unos sorprendidos pasajeros: reivindican "el derecho de irrupción poética" y un "intento de ralentización del mundo". Armados con abanicos, largas cerbatanas y paraguas, 'Les Souffleurs' (Los Susurradores) irrumpen en silencio en la marabunta que inunda la estación Insurgentes e invitan a los usuarios del metro a tomarse el tiempo para escuchar algún poema en su camino al trabajo. "Aquí la gente es más receptiva a la poesía, más que en Francia. Se toman más tiempo, hay una gran curiosidad. Estoy muy emocionado por los indígenas, se siente que no están acostumbrados a que se dirijan a ellos con esta ternura", dice Olivier Comte, fundador de 'Les Souffleurs'. A través de los largos tubos utilizados por los artistas para sus susurros, el mexicano Octavio Paz sustituyó al galo Víctor Hugo para una mejor comprensión. Esmeralda Rodríguez, una joven que trabaja como telefonista, se muestra encantada con los "susurradores". "Llegas angustiada y nerviosa y esto te relaja, te transporta a otro universo, lejos de la realidad", confiesa. Un anciano, visiblemente desconcertado, se endereza las gafas para ver mejor, y estira de la manga de su vecino para que le explique de qué se trata. "¿Qué hacen?", pregunta. "No lo sé, parece que están galanteando", le responde. Una "susurradora" atraviesa la multitud para tomar de la mano a un guardia de seguridad del metro, al que conduce sobre un escenario imaginario. Abre su abanico, lo coloca entre su boca y la oreja del agente y le susurra un poema. El hombre permanece impertérrito, pero luego esboza una sonrisa y vuelve a su puesto. Cuando no recitan un poema, lo escriben en un papel, lo pliegan y lo deslizan en algún bolsillo, al azar. *